miércoles, 25 de marzo de 2009

Almodóvar se quiere mucho (y con razón)

PD. Desde mi modesta opinión una película de Almodóvar puede gustarte más o menos, pero no es justo el apaleamiento de la crítica española, que realmente me sorprende y me parece un insulto a mi "conocimiento cinematográfico", por escaso que sea. ¿Acaso no es Los abrazos rotos, pese a sus defectos, infinitamente superior a la media de películas estrenadas, sin ir más lejos el pasado año? Qué poquito orgullosos estamos los españoles de nuestro (aunque mío no es nada) cineasta más universal.

Qué importante es para un autor haber alcanzado el pleno dominio de cualquier lenguaje expresivo, más aún si es el específico de su materia, para que cada nueva obra que estrena sea considerada un paso adelante, aunque la misma se encuentre estancada en vicios del pasado.
Es el caso de Pedro Almodóvar, cuyo cine tiene techo en Todo sobre mi madre (con continuidad en Hable con ella y en Volver) y así supera la categoría de cine de autor para merecer el apodo de maestro. Por eso, ver La mala educación en pleno éxtasis huracanado era fascinantemente provocador. Con Los abrazos rotos Almodóvar baja de nuevo al escalón de La mala educación y su complejo entramado de personajes en el tiempo.


Que todo responda a lo auto-referencial explica el tono dramático (en ocasiones trascendental) del que uno hace gala cuando se trata de hablar de sí mismo. Y es ésto último lo que podría hacer de Los abrazos rotos un producto cargante y cansino, de no ser porque el director manchego se mueve ya en otra esfera, la de la genialidad domada, y desde ahí arriba (casi) todo parece intocable. Intocable en su labor como director de actores, al menos en el caso de los cuatro protagonistas. Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez y Penélope Cruz, convertida en actriz fetiche del director, su Sofía, su Claudia, su Marilyn, su Audrey.


El protagonista de Los abrazos rotos es precisamente un director de cine que se prepara para reestrenar su particular Mujeres al borde de un ataque de nervios, una comedia en el peor momento de su carrera. Ha perdido todo cuanto amaba. Su vista. Su amante. Su actriz. Y quizás las tres eran una misma persona. Como acostumbra, la puesta en escena es magistral y nos regala un par secuencias memorables, a elegir, entre la revelación de una infidelidad a través de la lectora de labios, los encuentros apasionados entre Penélope y Homar, o el forzado encuentro sexual bajo sábanas blancas que ya quisiera para sí el mejor Rossellini. Dice Almodóvar que su décimoséptima película es la más compleja de todas y un homenaje a su amor por el cine. Aunque probablemente ésta sea su oda al amor ciego a una actriz, Penélope, con la que se identifica, y con la que está encantado de identificarse.



Lo peor: La resolución del conflicto argumental, invadido por un flojo melodrama, y los chirriantes personajes (y actores) más jóvenes.

Lo mejor: Todos los apartados técnicos, música del compositor Alberto Iglesias incluida. Y el pulso de Almodóvar en la presentación y exposición de espacios, tiempos, personajes y géneros.

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